jueves, 17 de septiembre de 2009

Hermano Rafael


Los diablillos y los nabos


"El día está triste... No miro a la ventana, pero lo adivino. Mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos... ¿Y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo... Mas no importa..., refugiémonos en el silencio.
Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra en mi alma... Una luz divina, cosa de un momento... Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Que qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!! ¡qué pregunta! Pelar nabos..., ¡pelar nabos!... ¿Para qué?... Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor..., por amor a Jesucristo.
Ya nada puedo decir que claramente se pueda entender, pero sí diré que allá adentro, muy adentro del alma, una paz muy grande vino en lugar de la turbación que antes tenía. Sólo sé decir que el solo pensar que en el mundo se puede hacer de las más pequeñas acciones de la vida actos de amor de Dios; que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre nos puede hacer ganar el cielo; que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios, le puede a Él dar tanta gloria y a nosotros tantos méritos, como la conquista de las Indias; el pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por Él... es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de hacer comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría del corazón... Hubiera hecho verdaderas filigranas malabares con los nabos, la navaja y el mandil.
Me reía a «moco tendido» (quizás por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había."

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